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9 feb 2010

Precious de Lee Daniels


Cuando salíamos del Gaumont de la avenida Rivadavia y de la función del Cine club Núcleo y los asistentes hacían las habituales rondas para comentar el film en el hall del cine, costumbre perdida en las escaleras mecánicas de shoppings y multicines preparados para otra cosa, mi compañera recordó "Bailarina en la Oscuridad" de Lars Von Trier.

En Precious baila el melodrama, y también el género de autosuperación o de quizás en este caso, de tolerancia al dolor, Douglas Sirk, el panfleto pedagógico, el ideológico en apoyo al sistema social que supera la violencia antropófaga y demente: está el cine negro de Spike Lee, y acaso el gusto amargo de ver la caída de la institución familiar de la comunidad afroamericana, como le han criticado al director Lee Daniels.

Pero acaso, lo demoledor sea la actuación de Gabourey Sidibe como Precious y de Mo'Nique como Mary. Algo animal en el descanso y la furia, un cine corporal en el que el físico pesa y tapa la pantalla, cuerpos del desgano y de la humillación, del dolor y del comer, del vomitar y del caer. Un cuerpo inmenso, exhuberante, pesado para caer y para levantarse y moverse.

Así Precious cae y se libera, y cuando más abajo está, aparece la imaginación en el cuerpo propio como un otro, rubio y deseado en el espejo, las previsibles alfombras rojas y los estudios de televisión y hasta el neorrealismo italiano.

Como en Criaturas Celestiales de Peter Jackson, la imaginación para huir de un mundo brutal y opaco.

Lee Daniels hace un cuento de hadas y ahí está, en los ángeles de Lenny Kravitz, de María Carey, de Paula Patton, trabajando con el dolor de la maternidad, del abuso, de la enfermedad, de la imposibilidad de leer y escribir.

Hasta con la comprensión y el límite, en una mirada furiosa y sin condescendencias con la madre que no protege, con la ignorancia y las tretas para conseguir el seguro y seguir golpeando y comiéndose a sus hijos.


Roberto Camarra

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