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28 dic 2012

David Lynch y Ciclo de policial Argentino en el Malba.


El Sabor Amargo de los Terciopelos Azules

“Es un mundo extraño”, repiten en el film, sobrepasados por la excitación del horror. Dorothy Valens es la Dorothy del Mago de Oz (USA, 1939, Dirigida en los créditos por Víctor Fleming), la que va por sobre el arco iris, pero en este caso, el mal reina, y las profundas señales del espanto aparecen en forma de orejas cortadas en el pasto, de hormigas en la tierra que entran en los círculos del laberinto del oído y que lo devoran todo.
Pero en “Terciopelo Azul” (Blue Velvet, 1986, USA, Dirigida por David Lynch), acaso se trate de lo que escuchamos y sale de las sombras, ruidos que no entenderemos salvo en la forma de una canción que nos alerte de un mundo extraño en donde el dolor toma la máscara del mal, la de un tal Frank Booth, que aspira gas para enloquecer aún más, porque una vez que uno enloquece ya no hay droga que alcance.

Un dolor más sórdido en el aspecto de lo terrenal aparece en películas como “Apenas un delincuente” de Hugo Fregonese (Argentina, 1949) o en la obra maestra de Fernando Ayala, “Los Tallos Amargos” (Argentina, 1956). Hay un aire argentino, de ambición y codicia, un ritmo frenético que es pura vaciedad, una ciudad que nos lleva a la desesperación y a la rutina, de la que no podemos escapar porque nos acecha la ruina, esa otra forma del infierno; una rutina en la que la ansiedad se torna crimen, rápidamente, y entonces, claro, en locura ciega.

“Vivimos en un mundo extraño”, parece decir la otra Dorothy a Sandy (Laura Dern) la que no quiere escapar de su arco iris, porque no comprende la imagen demente de una mujer desnuda que se abraza a Jeffrey y le habla con palabras llenas de la angustia sexual que tiene el sabor de quien ha probado el gusto y la textura del terciopelo azul.

En estos tiempos de amarga desesperación, de ambición sórdida destinada al fracaso, tiempo que avecinan, leen o profetizan films como “Los Guantes Mágicos” (Argentina, 2004, Martín Rejtman), “Apenas un delincuente” o los “Los Tallos Amargos”, películas que describen la desesperación de la salvación en un instante en negocios con cargamentos milagrosos que sólo contendrán guantes inútiles que no podrán venderse nunca. Tiempos en los que el golpe calculado de un robo bien puede pagarse con unos años de cárcel que conviertan a un empleado destacado en apenas un delincuente. Tiempos para ganar dinero en un “paf”, como dice el sospechoso inmigrante que escapa de la guerra de Europa y trabaja de barman, cuando intenta involucrar a Carlos Cores en su visionario negocio de pequeños engaños de clases de periodismo mimeografiadas por correo.

Pero lo que oímos, y lo que vemos permanece en un estado de trance hipnótico, en un espacio oculto de misterio.
En la película de Fernando Ayala, la asfixia toma la forma de trajes calurosos de oficina, de verano porteño de aspas metálicas, en las que los ventiladores no alcanzan a quitar el ahogo y el hastío.
Ciudad en la que Alfredo Gaspar (Carlos Cores)  transcurre sin placer por el agobiante turno nocturno del diario o por el encuentro en la mesa familiar en que la mención de las deudas terminan por contaminarlo todo como en un sueño recurrente, (la misma escena de encuentro familiar y el clima roto por la mención al dinero en “Apenas un delicuente”) y entonces la casa y el trabajo son una condena en forma de ruina circular.
En la película de Lynch, para el personaje de Jeffrey, (Kyle MacLachlan) su universo anterior está hecho de la ferretería heredada de su padre, del té de las tías a la hora en el que sol aún ve bellos los objetos del comedor, pero entonces las marcas de los golpes en el rostro de su viaje a la noche oscura y atrayente marcan que lo anterior no fue un sino un sueño tenebroso, pero aún puede recurrir a la normalidad reparadora de su espacio familiar, mientras que para el Jorge Salcedo de Fregonese, para el Vicentico de Rejtman, para el Alfredo Gaspar de Ayala el mismo espacio familiar es la pesadilla.

Carlos Cores conjuga el resentimiento de clase, la frustración llena de autosuficiencia suicida. Las pesadillas del mundo infantil que lo poseen en las noches y que tienen el tamaño de su pequeña cama en la casa materna, provoca que lo que este extraño mundo tiene para decirnos se convierta en una paranoia feroz.
Lo que consigue Jeffrey, es que el terciopelo azul que cubre la blancura refulgente de desnudez de Isabella Rossellini sean sus zapatos rojos de la otra Dorothy que lo lleva al otro Oz, al territorio azul del el reino del mal, y en el que las dos películas, (“Terciopelo Azul” y “Los Tallos Amargos”), se encuentran: en la inutilidad de  recordar con desagrado las razones de la furia de no encajar en la normalidad y en el buscar con temeridad los otros mundos extraños.
Y si como Jeffrey intentamos sostener la respiración por una hendija, mientras aparece aquello que estuvo oculto siempre y ahora se ve, mientras tira el hilo del misterio (y el misterio, diría David Lynch en su serie “Twin Peaks” (TV, 1990/91 firmada por David Lynch y Mark Frost), es una pesadilla que no podemos terminar de oír o ver), el de Carlos Cores se esconde en la sombra de su casa de niño para tapar, con las sábanas o con la tierra, aquello que no entiende porque no hay algo peor que permanecer con un misterio, y si no, entonces al misterio hay que cavarlo y enterrarlo aunque luego y entonces la locura nos persiga despiertos, en imágenes en donde aparecemos cavando fosos para ocultar cadáveres de donde crecerán los tallos que indicarán el sitio de la plata amarga del porvenir.

Roberto Camarra

Ciclo de Policial Argentino en el MALBA
Y películas de David Lynch, Trasnoche David Lynch por 5.
Durante todo diciembre.

http://malba.org.ar/web/cine.php?subseccion=programacion_actual

Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires
AV Figueroa Alcorta 3415


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